Para celebrar la noche de todos los Santos, su amigo el Dumpstero les trae nuevamente la sección De Boca del Loco. Para esta edición, nos dimos a la tarea de viajar a la tierra de Dorothy para hablar con uno de los espectros más famosos de esos parajes yermos del medio oeste americano, nos referimos a Orrin Grey. Orrin es un esqueleto que adora a los monstruos y ha escrito varios libros acerca de ellos. Entre sus trabajos más importantes podemos mencionar su compendio “Guiñol & otras historias sardónicas” y “Pinturas de monstruos & otras bestias extrañas”. Orrin, a pesar de ser un muerto viviente, no puede escapar a la frivolidad de la vida moderna, por lo que divide su tiempo entre; salones de clases (formando futuros escritores malditos), peliando con gatos en los cementerios y disfrutando viejas películas de terror.
Le preguntamos a Orrin que significaba Halloween para él, así que sin más preámbulo veamos la respuesta directamente... ¡De Boca del Loco!
Temporada de sustos
Por Orrin Grey.
Siempre me ha encantado Halloween. Es la única época del año cuando el resto del mundo se acerca a mi forma de pensar; cuando los crepúsculos se llenan de calabazas y murciélagos, fantasmas y duendes, y todas las cosas que rondan por las noches. Es una temporada de transición, cuando el velo entre lo real y lo numinoso se vuelve más delgado, y lo imaginario se vuelve un poco más real.
La gente siempre ha asumido que me gusta Halloween porque nací la noche anterior, pero me gusta mi cumpleaños por su cercanía con esta fecha. Siempre vi la proximidad de ambas fechas como una excusa para prolongar Halloween por un día. Menos como un cumpleaños y más como “la víspera de Halloween”.
Sin embargo, nunca fui muy dado a salir a pedir dulces. Cuando era niño, vivíamos en el campo, y aunque podíamos viajar en coche a la ciudad para ir de puerta en puerta disfrazados (lo cual sucedió un par de veces), esa no era la verdadera manera de celebrar la fecha para mí. El corazón de Halloween latía debajo de las tablas del piso de las casas embrujadas. No hablo de mansiones cubiertas de telarañas habitadas por fantasmas inquietos -aunque estoy seguro de que también me hubiera encantado haberlas encontrado-, sino las casas embrujadas que la gente montaba todos los años durante octubre, donde las bestias animatrónicas y demonios –bastante humanos- con máscaras de látex juntaban sus esfuerzos para saltar sobre la gente que pagaba por llevarse un buen susto.
A diferencia de las películas de terror, los comics y libros de fantasmas -a los cuales podía acceder en cualquier época y desde la comodidad de mi habitación-, las casas embrujadas solo aparecían una vez al año. De la noche a la mañana (como en las historietas de “The Autumn People” de Ray Bradbury), caían a la par de las hojas otoñales por toda la comarca, tejiendo sus redes por los rincones más oscuros del estado. Ese fenómeno era como magia para mí, y cada año me aseguraba de visitar tantas casas encantadas como podía; desde las más humildes montadas en las cocheras de los vecinos (donde bolsas negras de basura formaban paredes ocultando las manos que te agarraban al pasar), hasta complejas atracciones profesionales traídas al pueblo por empresas que hacían los efectos especiales de las películas de horror. Sus vestíbulos eran decorados con utilería original de películas famosas como “The Thing” y “Killer Klowns from Outer Space”. He visitado casas embrujadas montadas en almacenes y parques, bosques oscuros y centros comerciales, e incluso en una fábrica de muñecas abandonada.
Una de mis casas embrujadas favoritas era en realidad una isla embrujada. Estaba en medio del lago en Watson Park, a más de una hora de donde vivíamos, pero creo que la visité con más frecuencia que cualquier otra. Las filas para entrar a estas atracciones siempre son largas, generalmente al aire libre y como es mediados de octubre, a menudo bajo la lluvia. Ahora de adulto, cuando voy a casas embrujadas, generalmente pago la tarifa extra para obtener boletos que me permitan saltarme la línea, pero cuando era niño, “hacer cola” era parte del ritual. La fila en el parque Watson pasaba por debajo de una de las palapas de picnic, y los administradores habían colocado televisores colgados de las vigas para que mientras esperábamos nuestro turno de entrar pudiéramos ver escenas de “Tales from the Darkside” o “Halloween”.
Los recuerdos de tantas visitas a casas encantadas, se mezclan en mi memoria, diferentes evocaciones de diferentes años se me agolpan en la cabeza unas con otras como las secuencias del “tráiler” de una película; escenas cruzando un puente flotante hacia la isla, entrando por las rendijas de la boca de una réplica de dos pisos de la famosa máscara de hockey de Jason, yo muy pequeño caminando sobre bolsas de aire hundidas bajo el suelo arenoso, yo acaso más grande caminando a través de un campo de maíz (en una escena que solo comprendería años más tarde que era un guiño a I Walked with a Zombie).
Casi al final del camino sinuoso que conducía alrededor de la isla, había un dragón animatrónico gigante, aunque en realidad era solo una silueta de metal recortada en forma de dragón. Cuando pasaba la gente a su lado, el “dragón” levantaba la cabeza y rugía arrojando una bocanada de fuego real. El animatronic estaba allí todo el año, pero era más utilizado en Halloween. Incluso cuando la isla no estaba en funcionamiento y cuando los árboles estaban desnudos de hojas, se podía divisar desde la carretera mientras pasabas por el parque.
Nunca tuve mucho miedo de las casas embrujadas, excepto cuando éramos atacados con motosierras, las cuales me daban un susto de muerte, de niño, podía jurar que distinguía las afiladas cadenas de esos aparatos. Sabía que no eran reales, que el dragón era solo una silueta de metal con una antorcha, pero eso era irrelevante. Yo no iba a esos lugares para tener miedo, iba para vivir dentro de ellos durante la media hora que duraba el recorrido. Para envolverme en sus ilusiones, para dejar que la noche me transformara. Tal vez es por eso que Watson Park era una de las mejores, al estar en una la isla alejada del mundo, hacía que la atracción encantada se sintiera ilimitada, algo así como si no tuviera fín; que llegaría a la orilla y miraría a través del agua a un lugar diferente, un mundo con bosques oscuros y cementerios cubiertos de musgo al otro lado.
Mis padres no compartían mi gusto por las cosas espeluznantes y por lo general no me acompañaban a menos que no tuvieran opción. A menudo me enviaban en compañía de uno de mis hermanos mayores, o esperaban en el auto mientras yo hacía cola para tener la oportunidad de caminar por los pasillos oscuros. Mi recuerdo favorito de uno de estos recorridos es, de hecho, mi visita por primera vez a una casa embrujada, y mi madre estaba allí conmigo.
A lo largo de los años he contado esta anécdota muchas veces, y se vuelve más borrosa en mi memoria con cada narración, hasta que solo es una serie de retazos y mi mente intenta rellenar los espacios en blanco con lo que parece correcto en ese momento. Así que, antes de escribir esto, le pedí a mi madre que me dijera lo que ella recordaba y comparé las partes que coincidían:
Esa primera casa encantada había sido instalada en un huerto, el paseo comenzaba desde el estacionamiento y a través de un pajar, montando sobre un carretón. La carreta en la que viajamos tenía a los lados tiras de madera e íbamos sentamos en fardos de heno, mientras que unos monstruos enmascarados trotaban al costado del vehículo metiendo sus manos entre los espacios de las maderas para agarrar los tobillos y pies de los pasajeros. Yo estaba sentado en el lado opuesto de mi madre, de modo que cuando un Monstruo con una máscara de hombre lobo se deslizó detrás de ella, vi que la iba a atacar antes de que ella lo sintiera. Cuando metió la mano por entre las maderas y cerró los dedos peludos de su monstruoso guante alrededor del tobillo de mi madre, ella se sobresaltó, pero en lugar de gritar, saltó e instintivamente pateó hacia atrás, tratando de sacudirse lo que la había tocado y conectó su talón sólidamente con el rostro del hombre lobo; la máscara se arrugó, y me imagino que también lo hizo la nariz debajo de ella.
El hombre lobo soltó una exclamación bastante humana y cayó de espaldas al suelo. Mi madre trató de disculparse, pero la carreta seguía avanzando. A veces cuando cuento la historia digo que él nos decía adiós con la mano, a veces parece ni siquiera inmutarse. Ni mi madre ni yo podemos recordar lo que sucedió en realidad, pero en lo que ambos estamos de acuerdo es que el hombre lobo que yacía en el suelo detrás de nosotros, agarrándose la máscara.
Recuerdo muy poco acerca de lo que pasó una vez dentro de la casa embrujada, todo es un borrón oscuro en comparación con el momento de la carreta. Creo que esa parte la recuerdo mejor porque esa es exactamente la manera de ser de mi madre, es una mujer muy práctica. Cuando un hombre lobo le agarra el tobillo, no va a gritar, lo va a patear en la cabeza. Me gusta imaginar que, no importa lo que suceda en mi vida o la de ella, así es como siempre recordaré a mi madre: viajando en una carreta con la oscuridad de octubre cerniéndose sobre ella y pateando accidentalmente al hombre lobo en la cara.
Feliz Halloween C L & H Monterrey - Orrin Grey.
Agradecemos a Orrin Grey y le enviamos una afectuosa felicitación por su cumpleaños. Si quieren conocer más de su trabajo como escritor de ultratumba, visiten su página oficial Who Killed Orrin Grey?
El equipo del Dumpstero les desea un terrorífico Halloween a todos los lectores del Círculo Lovecraftiano & Horror y no se pierdan nuestra próxima edición de... De Boca del Loco.
Comments